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Cine y Teatro Editor's Pick

Museo: una travesía imperfecta

 

Con los elementos que conforman Museo (2018), la nueva película de Alonso Ruizpalacios, era casi predecible apelar a una pieza redonda, pertinente y entrañable. Es una gran decepción decir que no lo es.

Tengo que explicitar que mi criterio a propósito de este filme tiene un considerable sesgo porque: 1) Güeros (2015, película anterior y ópera prima del mismo director) me parece uno de los grandes logros del cine contemporáneo mexicano y le tengo mucho cariño; y, 2) Museo contiene casi todos los ingredientes con los que yo construiría una película y las bases necesarias para considerarlo un título imprescindible: premisa, guion, casting, arte, foto, retrato temporal-geográfico (y algo en lo que nunca había reparado y que me hizo explotar la cabeza: el diseño de sonido). Esto implicó por un lado una expectativa alta y por otro, una sensibilidad más profunda con los huecos de la trama.

Rueda de prensa en junio de 1989 donde la PGR dio a conocer los detalles de la recuperación de las más de 100 piezas que robaron en el Museo Nacional de Antropología.

La película retoma uno de los sucesos más simbólicos en la historia del arte mexicano: el hurto de más de 100 piezas prehispánicas de incalculable valor del Museo Nacional de Antropología a finales de 1985. Este hecho real sirve como premisa narrativa para Ruizpalacios, quien aprovecha una situación emblemática para desplegar una ficción sobre los autores del robo: la relación entre ellos, la relación con sus familias, la relación con la historia de su país y con su propia historia.

La historia es protagonizada por Gael García Bernal (en una actuación donde se nota su confianza en el estilo y eje narrativo de Ruizpalacios), quien interpreta a Juan, un perenne estudiante de veterinaria, hijo insatisfecho de una familia típica de la clase media de Ciudad Satélite que tiene una relación conflictiva y sobajada con su padre. Lo acompaña Wilson, interpretado por Leonardo Ortizgris, quien ocupa la voz de narrador y es el mejor (o único) amigo de Juan. Juntos emprenden la compleja y descabellada tarea de robar el museo más importante de arte prehispánico en el mundo, para terminar en un viaje por las selvas chiapanecas y Acapulco en un intento por venderlas y al mismo tiempo comprender sus acciones.

Con esta premisa, se despliega una historia que ahonda a veces con sutileza, a veces con intensidad, en los pormenores de una amistad basada en el aburrimiento de la clase media tan predecible y ordinaria en sus ambiciones, en la identidad mexicana tan frágil cuando de “recordar raíces” se trata y —en palabras de Fernanda Solórzano— en la reflexión sobre el sinsentido de las grandes acciones cuando se busca dejar huella en la historia, esa terquedad de tantos.

Tales argumentos a explorar suenan no solo inteligentes sino oportunos, enmarcados además en una situación histórica tan seductora de retratar como el hurto de piezas invaluables de antiguos mayas. Sin embargo, es justo en esta bisagra donde la película adolece de ambición.

Y es que la capacidad narrativa de Ruizpalacios es incuestionable, lo demostró en Güeros y lo confirma en Museo. Aún así, y otra vez siguiendo a Solórzano, la forma de narrar del director es a veces más relevante que la anécdota misma y es justo esto lo que sucede en Museo: nos quedamos con una intacta construcción cinematográfica mientras lo que se narra se va diluyendo. Esa dilución hace que el argumento se vuelva en momentos irrelevante y en momentos perdido, y las reflexiones alrededor del mismo pueden ser tantas que resultan excesivas.

Por lo que la sumatoria de escenas enmarcadas en conversaciones banales que se dan en trayectos de carretera (muy al estilo de Güeros), termina por provocar una especie de sofocación por no llevarte a ninguna parte (uniéndonos a la desesperación misma del personaje principal).

Este exceso, quizás, pudo haber sido resuelto con un trabajo más pulcro de edición donde se recortara toda la paja que sucede entre que escapan a Palenque y regresan de Acapulco. Aunque sería ingenuo decirlo, ya que el error que encuentro está en la ambición de querer narrar con profundidad todas esas capas que rodean a un argumento tan vacuo como simple: el desesperante combate al aburrimiento y la insignificancia. (Algo que, otra vez en comparación, se logra con audacia en Güeros, mientras que en Museo, Ruizpalacios nos invita a pensar más sobre retratos que son en sí entrañablemente absurdos.)

Además, encuentro en el personaje protagonizado por Gael un anacronismo sutil que vuelve en ciertos momentos inverosímil a la trama. Vemos a un personaje contemporáneo insertado en los ochenta (por la forma de aburrirse, de debatir, de llevar sus relaciones personales, de disentir y de desesperarse). Vemos a un personaje que se socializó en medio del desgaste de la clase media, del mundo post Guerra Fría, en la globalización absoluta de los mercados, por el abuso informático y la liquidez de la internet (vemos a alguien nacido en 1978, como Alonso Ruizpalacios, y no alguien nacido en 1950 y tantos, como Juan). Y es que si la ficción no se alimentara de la época, podría pasar por alto el cruce de éticas y poéticas del protagonista; sin embargo, vemos a alguien en conflicto con los tiempos que le tocaron vivir y por sus posturas políticas (sobre todo porque hacen explícitas sus referencias a Carlos Castaneda y Alberto Ruz), que muestran ciertas discordancias.

Sin embargo, estos huecos encuentran cierta reivindicación con el giro final que hace evidentes muchas de las motivaciones del argumento. (Los problemas los encuentro, como dije, entre Palenque y Acapulco.)

Museo no deja de ser una película fascinante con momentos cumbre para el cine contemporáneo de México: la escena navideña es brillante (todos los que crecimos en la clase media podemos no solo sentirnos identificados, sino profundamente avergonzados) y ni que decir del montaje del hurto, diez minutos pulcramente producidos y retratados donde no hay detalle que se le escape al realizador.

A pesar de las expectativas, no puedo dejar de recomendar esta obra de un autor que busca convertirse en una de las voces más relevante en el cine mexicano de nuestros días. Un autor que contagia como nadie su amor por la Ciudad de México a la vez que nos recuerda la desesperante alegría de ser un mexicano perdido en México.

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