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Cine y Teatro

El origen del narcotráfico colombiano

La película colombiana, Pájaros de verano, está preseleccionada junto con Roma por el Óscar a mejor película de habla no inglesa en la próxima edición de los premios. Más que nunca, Latinoamérica ha estado presente en esta categoría de los galardones estadounidenses. En 2018, la chilena Una mujer fantástica fue reconocida. Y para 2019, la más sonada es la mexicana de Cuarón y le pisa los talones esta historia dirigida por Cristina Gallego y Ciro Guerra.

La historia versa sobre un periodo arduo de la historia colombiana: el auge de la mariguana como droga recreativa y la consolidación del narcotráfico en la región. Durante la “bonanza marimbera” (que rondó entre 1975 y 1985), dos familias de origen wayuú entran en conflicto por las pugnas que rodean la venta de la hierba.

Úrsula, la matriarca de la comunidad guajira, busca defender sus tradiciones y cohesión colectiva a toda costa. Sin embargo, su hijo, Leonidas, un rebelde y malcriado personaje, pone en entredicho el honor y el legado indígena de los wayuú. Además, su yerno, Rapayet, no logra equilibrar las fuerzas violentas que rodean la venta ilegal de la marihuana.

La película, en palabras de la directora, es un retrato sobre los orígenes del narcotráfico en Colombia. Fenómeno que, como es bien sabido, ha marcado ignominiosamente la historia reciente del país suramericano.

La película se engalana con una fotografía impecable y con un ritmo que sopesa las profundas rupturas de los pueblos indígenas de La Guajira debido a la ambición de la droga y el dinero. La historia, si bien es lineal, nos coloca en circunstancias humanas universales, donde las particularidades culturales de los wayuú sirven más como elemento estético que como línea narrativa.

Es una obra cinematográfica pulcra y consistente, llena de simbolismos, cuyas composiciones fotográficas y dirección de arte ayudan a equilibrar el retrato de la violencia burda de la venta ilegítima de droga. Es una película que no elogia (pero tampoco cuestiona) a nadie ni a nada, solo retrata con calidad un episodio duro de Colombia.

Con pinceladas de dramas shakesperianos y personajes difíciles de digerir, pero tan humanos como cualquiera, Pájaros de verano no es sinónimo de complacencia. No halaga ni exotiza la cultura wayuú solo por sus resistencias culturales. Al contrario, la contextualiza y la dota de independencia narrativa. Tanto que, como cualquier otra cultura, se deshace en sus propios vicios. Un retrato necesario para la historia de Colombia (y de América Latina).

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