En 2005, como una estrategia de mercadotecnia, la agencia de viajes Sky Travel calculó el día más deprimente del año (según una ecuación sin mayor sustento). Tal fecha resultó ser el tercer lunes de cada enero. Es decir, hoy. A semejante día lo llamaron Blue Monday.
La depresión es un problema serio, que debe ser atendido como una política de salud pública. Aún así, sin mayor justificación científica, la campaña fue un éxito y cada vez es más común que hagamos referencias al “lunes azul” para ahondar en nuestras tristezas. La mercadotecnia y sus profesionales han encontrado esos huecos para poder aprovechar el amargor generalizado de enero (los gastos excedidos, los fines de fiesta, el retorno de las vacaciones) para, paradójicamente, vender más.
Así, aprovechando la fecha, hicimos un recuento de aquellos lugares de Guadalajara que son dignos de cualquier llanto adolescente, de ir a sopesar las penas, de olvidarnos del tedio cruel que implica la vida… Lugares todos que podrían ser escenarios para películas tristes dirigidas por las versiones locales de Woody Allen, Derek Cianfrance o Isabel Coixet.
El paso peatonal de Los Cubos
A inicios de los setenta, la mancha urbana de Guadalajara se terminaba en lo que hoy es el cruce de avenida Vallarta y Patria. Ahí se colocó una emblemática escultura de cubos, obra del escultor Fernando González Gortázar, como emblema de despedida o bienvenida de la carretera a Tepic. Pasaron los años y Zapopan y sus barrios crecieron. El tráfico en ese acceso se volvió casi imposible, y para la década de los noventa, se creó todo un sistema de nodos viales que conectan múltiples vías importantes.
Fue tan grande el proyecto, que colocaron un enorme, largo y endeble paso peatonal para cruzar por arriba de los coches. Es un lugar tan cinematográfico, que vale la pena ir a observar un atardecer de esos típicos tapatíos. Mientras abajo hay un embotellamiento absurdo y al fondo una escultura icónica, no hay escenario más urbano para pensar en el sinsentido y el absurdo de la vida.
La glorieta de la colonia Moderna
La colonia Moderna fue un símbolo del esplendor de la burguesía tapatía posterior al Porfiriato. Recorrer sus calles es como estar en una villa victoriana o en los prados californianos, con casonas enormes que rememoran la riqueza que algún día abundó en la zona.
Sin embargo, hoy en día, la colonia vive un profundo deterioro y abandono, que no hace justicia al símbolo urbano que fue alguna vez. Y aunque los intentos por rescatarla no han sido pocos, la Moderna sigue perdida entre oficinas, malos servicios públicos y un tránsito constante por su ubicación tan céntrica y estratégica.
Ahí, en el cruce de Enrique Díaz de León con la calle España, se encuentra una hermosa glorieta con una fuente ornamentada con enormes palmas, al máximo estilo de las playas de Los Ángeles. Por alguna razón, esa glorieta se mantiene en buenas condiciones, por lo que resulta una contradicción entrañable ver algo que nos recuerda el esplendor en medio del abandono. Además, es muy poco transitada, así que si un día sientes que todo a tu alrededor es horrible, pero hay algo que se mantiene latente, no dudes en sentarte en una de sus tristes bancas a pensar.
El Parque de El Refugio
No sé por qué, pero a mí los juegos mecánicos siempre me han parecido profundamente tristes. Paradójicamente, pues su fin último es divertir a las almas más inocentes. Pero su evidente estética de la diversión y su afán plástico por transmitir felicidad, me resulta angustioso. (Lo mismo me sucede con los payasos, pero acá con tuercas y caballos de carrusel.)
En pleno Centro histórico, existe una plazoleta con una feria de juegos mecánicos a un costado de la particular parroquia del Refugio (que se encuentra en el camellón de la avenida Federalismo, uno de los diseños urbanísticos más curiosos de la ciudad). Es triste porque es una feria inactiva, que tiene sus juegos ahí, pero no siempre están abiertos. Un espacio hecho para la diversión, pero que funciona caprichosamente. Una postal o recuerdo constante de que la alegría no puede ser perenne.
Las columnas en Plaza Juárez
Todo lo que rodea al Parque Agua Azul es un fenómeno triste. Y es que el gran proyecto urbanístico del siglo XX tapatío es hoy, más bien, un ejemplo del fracaso. Aunque cada vez son más dirigidos los intentos por rescatar la zona (el Parque fue intervenido recientemente), aún falta mucho por recuperar esa vitalidad que diseñó Julio de la Peña.
Una de las escenas más tristes es sin duda el abandonado edificio de Pensiones, en el costado sur de la Plaza; pero resulta aún más deprimente una plazoleta a un costado de la biblioteca. En ese jardín, por alguna razón o proyecto artístico inexplicable, se encuentran decenas de columnas al estilo romano, tiradas, rotas y grafiteadas.
No sé bien si la intención artística era tal, pero lo que provoca es la recreación de una escena arqueológica de Roma o Atenas, que desentona totalmente con el entorno urbano tapatío. Un lugar para pensar si realmente estamos dónde nos corresponde.
La Plaza de las Banderas en el Parque de la Solidaridad
Al oriente de la ciudad, en los límites entre Guadalajara y Tonalá, se encuentra el Parque de la Solidaridad. Un hermoso proyecto urbanístico, catalogado como una de las áreas verdes más grandes de América Latina. Sin embargo, es seco, muy seco.
El proyecto, que tenía la intención de revivir al Oriente, no se ha logrado concretar y su manutención (evidentemente costosa), no ha logrado generar buenas condiciones.
En uno de sus ingresos se encuentra la Plaza de las Banderas, con un monolito negro y alto, bastante interesante. Sin embargo, su amplitud es tal que parece un escenario apocalíptico. Como si ahí, antes, en alguna otra época, hubiera sido un lugar lleno de ritualismos y que hoy, su único ritual es el olvido.
