Toledo, es reconocido como uno de los artistas mexicanos más trascendentes, y entre sus aportaciones más destacables se encuentran la creación del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, la Casa de Cultura Juchitán, el Centro de las Artes de San Agustín, el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, el Taller Arte Papel Oaxaca, la Biblioteca para Invidentes Jorge Luis Borges y la Fonoteca Eduardo Mata, además de una rica faceta como editor, de cuyo ejemplo podemos citar la publicación bajo su cuidado de las “Fábulas” de Esopo en ixcateco, la lengua oaxaqueña en mayor riesgo de desaparición.
En 1959 se presentó su primera exposición individual en la Ciudad de México en lo que sería el inicio de una carrera que lo llevaría a presentar sus obras en distintas latitudes.
Aunque el oaxaqueño no era fanático de los premios, en vida le fueron entregados reconocimientos como el Premio Anual Federico Sescosse, otorgado por el Consejo Internacional de Museos y Sitios, el premio alternativo al Nobel, Right Livelihood, el Premio Nacional de las Artes, el doctorado Honoris Causa por parte de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca por su labor incansable en el ámbito creativo, entre muchos otros.
La obra de Francisco Toledo está llena de significados, y queda claro que con su fallecimiento a los 79 años a causa de una enfermedad que lo aquejaba tiempo atrás, nos deja un vacío tremendo en el mundo del arte mexicano. Sin embargo, su sencillez, compromiso y su entrañable labor por la cultura durante más de medio siglo garantizan la permanencia de su legado.
Texto por: Omar Muñoz