En Meanwhile, la nueva exposición que se presenta en la Galería Curro, el artista estadounidense, Adam Parker Smith, ahonda en la capacidad discursiva y estética de los globos.
¿No deberían ser los globos un elemento tan odiado en términos ambientalistas como los popotes? ¿Qué hace que consumamos y hasta nos sintamos bien alrededor de ellos? ¿Por qué nos resultan tan atractivos al mismo tiempo que insignificantes? ¿Su materialidad es en sí simbólica? ¿Puede el arte dar respuesta a estas interrogantes?
En Meanwhile, la nueva exposición que se presenta en la Galería Curro, el artista estadounidense, Adam Parker Smith (California, 1978), ahonda en la capacidad discursiva y estética de los globos.
Como menciona el galerista, “como una especie de jeroglíficos posmodernos, las esculturas de Parker Smith parecerían guardar un significado literal […] sus obras resultan ser un trompe l’oeil escultórico y una exaltación de las formas y los materiales utilizados”.
¿Qué vemos en las esculturas?
Dos elementos de considerable valor. Por una parte, una hazaña técnica al emular casi con perfección la textura y materialidad de los globos metálicos, pero con fibra de vidrio.
Cada pliegue, cada recoveco, cada espacio inflado es rehecho con delicadeza y maestría en un material completamente distinto. Además, como me contó Adam, las piezas pasan por pintores de oficio que con acrílico rehacen los tonos y formas de cada globo. El proceso es fascinante y el estudio del artista una fábrica de simulaciones.
Y, por otro lado, lo que vemos en las esculturas de Adam es una reflexión que provoca una banalidad aparente. Es cuestión de, literalmente, tronar el globo del prejuicio sobre los símbolos de la cultura pop y los materiales industriales, para descubrir un despliegue profundo de narrativas y discursos sobre lo que hemos construido como sociedad.
Mientras charlaba con Adam, no dejaba de pensar en como las piezas no dejan de ser sus propias obras, son una extensión casi orgánica de sus corporalidades.
El artista exhala sarcasmo, al mismo tiempo que una genuina tristeza, pero también una apreciación por lo intrascendente. Así como sus piezas: un globo de un delfín feliz atorado en bloques de concretos, un cactus aplastado por una tabla, un globo que indica Estoy pensando en ti mientras es aplastado por dos bloques de mármol.
“¿Qué hay en los globos? Una convención social sobre la alegría; no llegas con un globo a un funeral, no llevas un globo cuando quieres terminar una relación”. Sin embargo, plantear la posibilidad es provocador.
Y eso hacen las piezas escultóricas de Parker: romper con la convención social de alegría de los globos y rodearlas de una profunda tristeza, de historias sobre por qué esas formas destinadas a generar alegría están tan alejadas de su fin último.
“Cuando te ríes de los demás, cuando algo te incomoda, es porque te habla a ti. El humor es una forma de defensa, pero también una liberación, podemos vernos ahí, asumir que somos de nosotros mismos de quien nos reímos”.
Adam insiste en visitar lugares que lo incomodan, reconocer por qué lo hacen sentir vulnerable y, quizá después, reírse de esto. Adam es un californiano que dejó la costa oeste y sus delicias tropicales para viajar a Nueva York y consolidarse como artista.
Ahí, su inspiración provenía de los carritos de hot dogs, las alcantarillas que exhalan humo apestoso, las ratas que consumen las sobras de comida en las estaciones de metro. Le inspira lo feo, lo ridículo, lo inexplicable, lo incontrolable.
En Nueva York, descubrió que el calor puede ser tan insoportable que está bien caminar casi desnudo, siempre y cuando se justifique como un performance, de ahí también su pasión a los globos. Comenzó a comprar globos para justificar sus desnudos.
Al terminar la entrevista sobre sus intenciones como artista, Adam me pidió inventar algo sobre él y su carrera, algo que no fuera real, una simulación cuasi cómica. Como sus esculturas.
